Pregón 1954 Imprimir

  
Aquella iglesia ... aquel sacerdote  
  
J. Trapero Pardo - Director de "El Progreso" de Lugo  
Síempre  que en Vivero demoramos el paso, la atención se nos prende en ese triángulo artístico, cuyos vértices son el arco de entrada a la ciudad, la iglesia de Santa María y la iglesia de San Francisco.

Platerescos adornos, archivo!- ay, amigos, que San Francisco de Vi­vero tiene, para orgullo propio y admi­ración de extraños, unas ojivas que nacieron para lanzarse sin trabas hacia los cielos; y si alguna hallaron fue la de que la ojiva ha de casar con los otros elementos, y los otros no podía seguir­la en su vuelo hacía las alturas!

Quizás subieron tanto por mor de ver lo que tras del monte de San Roque ocurría; quizás fuera por prurito de competir con las ojivas que rasgaban los ábsides góticos de Lugo, de Ponte­vedra, de Betanzos; quizás fuera por convertirse en símbolo de las aspiracio­nes vivarienses, gráficamente expresa­das hoy en el lema de una de las Cofra­días: «Siempre más y siempre mejor»; quizás...

Mas, cabalas aparte, digamos que San Francisco de Vivero—piedra gótica asentada en lo románico—viene a ser como una dama antigua, que alza su frente hacia el mar, por ver las ma­ravillas de la ría, y que se apoya, como en una «cadeira» amplia ornada de guardamecí verde—ópalo, en la loma de Altamira. Damas vivarienses—¿por qué no viveíregas?—de pasadas centu­rias, que bien podían apelarse Pardo de Cela, o Freyre de Andrade, o Miranda, o Sarmiento, llegaron en otras épocas, escoltadas de fámulos y balanceando haldas, hasta el recinto de esta iglesia.
   
¡Bello recinto, si, señor, que abades y priores sucesivos fueron transformando, añadiendo, quitando, pero no fueron parte, nó, señor, a restarle al templo grandiosidad y devoción!.. Se tamizó la luz de los siglos a través de los ventanales del ábside. Se posaron centurias en las arcadas de capillas y enterramientos. Reptaron inscripciones sobre los muros, y las imágenes, trase­gadas por la devoción o comidas por los años, o perdidas por el abandono de algunas épocas, vieron el gozo y la pe­na, e! ansia y el proyecto de generacio­nes de vivarienses, que aquí, bajo estas piedras, templaron el alma para las altas empresas en que muchos de ellos estuvieron empeñados.

Hoy la iglesia franciscana se esté allí, al arrimo de la loma vivariense. Mas allí está también la devoción de los hijos de Vivero, encendida de suyo, pero avivada por el celo y el fuego apostólico de Francisco, el otro Fran­cisco, sacerdote que hoy rige y dirige, afirma y confirma este templo y la grey que en él se congrega.