Pregón 1960 Imprimir

  
Enrique Chao Espina  
  
Libro y guia de Viveiro - 1960
Nuestra Semana Santa o Mayor  
Hablar de Semana Santa en Galicia  parece algo exótico, ante la fama de las luminosas y estridentes del Sur de España; o de las abiertas en flor de pasionarias de Castilla, sangrantes y recogidas como las amapolas de sus trigales.

Con todo, tenemos piedad bien hermanada con el resto de todas las regiones españolas. La peregrina Eteria en el siglo IV (otros la creen del V) nos habla de nuestros días de la pasión en Galicia. Por nuestra parte, podemos asegurar que a los gallegos, no nos falta un tinte muy singular, desde el señero y enhiesto crucero de los ancestrales caminos, hasta las catedrales y templos de nuestras ciudades.  (1)

Tal vez, Vivero, dentro de este ambiente galiciano, deba destacarse en la celebración de la Pasión por su indiscutible solera. Esta pátina no pasa inadvertida para cuentos nos visitan. La señorita Espinar escribía en 1956 refiriéndose a una visita que había hecho a nuestra ciudad:

“- Santa Maria del Campo, románico y bellísimo templo del siglo XI Dentro de él, como en las demás de aquí, pronto se conoce que estamos en une ciudad que celebra brillantemente la Semana Santa. Imágenes propias para procesiones vestidas de terciopelo. Aquí en Santa María, hay un San Juan Evangelista extraordinario.

“- Los desfiles de Vivero son famosos en toda Galicia, y yo me imagino la estampa clásica, por estas calles estrechas del bamboleo de los pasos, y las hileras de cientos de encapuchados que llevan aquí cada Cofradía, sobre todo la de la Piedad y la del Rosario, o los cirios reflejados sobre el río, cuando las procesiones desfilan por el Malecón. Y pienso que las procesiones de Vivero deben tener un  tinte impresionante” (2)
   
La pasionaria recogida por esta escritora enviada por el Español, es exacta salvo algún que otro detalle intrascendente. Su impresión está confirmada por cuantos nos visitan. Y es que imágenes – no todas de vestir – tienen cierta majestad dentro de nuestro marco medieval.
Las hermandades vivarienses alcanzaron su máximo esplendor en los siglos XV y XVI. Más tarde, aquella Semana Santa vieja siguió superándose hasta rebasar el cáliz joven de la actualidad. Este fermento renovado inspiró a nuestros escritores (3) y con él vamos a trazar la cruz de nuestras líneas

TRIUNFO Y PENITENCIA

El Domingo de Ramos vivariense es abierto y florido como el Valle de flores que da su nombre a nuestra campiña, y como la procesión alegre e infantil que sale del templo de Santiago, portantes ramos olivarum.

Esta procesión de los niños pasa bajo nuestra magnifica Portada plateresca, cantando “vivas y glorias” como antaño sucedió en aquellas otras puertas de Yerusalaim, tras el Nazir deseado a los gritos triunfales de Hosanna. La Arcada triunfal sobre la corriente de las aguas es elocuente símbolo de lo efímero del triunfo y de la fama humana, aunque esta sobrenade en la superficie del tiempo, también pasajero sin retorno.

La procesión de la tarde desfila encajonada en calles estrechas y pendientes, antaño empedradas, y siempre sombrías, para recoger en su perfume el dolor cárdeno del Ecce Homo.

Magnifica fue esta vespertina procesión, la cual tanto ha perdido hoy, a pesar de su hondo significado e indiscutible solera.

Hay, todavía, hombres no muy ancianos que recuerda lo llamados Ejercicios Espirituales que precedían a la Semana Santa vivariense. Tenían lugar en la recoleta capilla de la Venerable Orden Tercera de San Francisco. Aquí rememoraban de forma patética y táctil la Muerte y Pasión de Salvador. Con pequeñas imágenes e instrumentos de la Pasión vivían aquellos penitentes los momentos de los sufrimientos del Redentor, y lo hacían con tanto dolor y sentida piedad como si realmente tuviesen delante a Jesucristo y sufriesen realmente con él.

Aunque desaparecidos estos tan originales Ejercicios, tienen lugar en Vivero dos     Vía-Crucis: el uno de mujeres, organizada por la Hermandad de la Cruz desnuda, y el otro de hombres que recorre nuestras rúas el Miércoles Santo. En él desfilan los hombres en impresionante hilera, presididos por la gigantesca efigie del Santísimo Cristo de la Agonía.

En este Vía-Crucis todo es emotivo: El canto penitencial de las voces varoniles, el profundo silencio y recogimiento del pueblo cuando la comitiva se detiene a meditar las estaciones, la iluminación mortecina de los cirios que avanzan abriendo camino en la penumbra de la noche partida en las rúas en sombras y plateados de luna que, hacen vivir y soñar, no solo en el medioevo, sino en algo que se nos antoja ser los barrios de Yerusalaim, y que jamás he sentido en parte alguna.

Negros como nubes nocturnas, cubiertos sus rostros y, muchos de ellos, con los pies descalzos, caminan bajo los brazos abiertos del Crucificado catorce penitentes – tantos, por lo menos – como estaciones tiene este Calvario. Hijos del pueblo, cargados con sus cruces y atadas sus bastas túnicas con una cuerda a la cintura, dejan su nombre en el anónimo, dando un tinte de misterio a su voluntario sacrificio.

Todo Vivero resuena en neocarno penitencial de preparación para los momentos más solemnes que se avecinan. Los niños están arrebujados en el abierto ventanal donde no faltan cirios, ni caras de doncellas o de ancianas, hermanas de la cera, por su palidez y llama ardiente en el pábulo y pabilo del alma. Mi amigo Alvarado, Director del Diario de Burgos, impresionado por este ambiente escribía con atinada observación:

- Vivero Es como un gigantesco Calvario donde todos, todos, hombres, mujeres y niños, ricos y pobres, autoridades y pueblo se unen en filial abrazo, en abrazo de hermanos, para adorar el Lignum Crucis y para seguir al Redentor en su paso por la calle de la Amargura.”

Y… ¿quién podrá apartarse de esta lux, via et vita, donde toda la calle es trono del Cristo de la Agonía y su cuerpo lo abraza todo desde su altísima Cruz?

EL JUEVES SANTO

Vivero es tierra de Trilles, fundador de la Adoración Nocturna y verdadero Apóstol del Sacramento. El fervor eucarístico vivariense, tan probado, hizo que su Jueves Santo amasase su Hostia en panera de siglos y copón de fuegos de y fe.

Este día, bajo el elevadísimo ábside de San Francisco, desfilan para comulgar centenares de hombres; comunión que enfervoriza al más tibio. Abrazo ardiente y hermano del Vía Crucis penitencial que sirvió de preparación para lo eucarístico.

La mañana del Jueves Santo, tiene Vivero latido de corazón en la capilla franciscana y “sedosa” de la Tercera Orden Franciscana. Allá en lo alto está el Nazareno de los franceses, la devota imagen que hizo temblar a Tren, general napoleónico. A un lado el paso de Jesús en Getsemaní, cuya cabeza – cree el pueblo – no pudo pagar en oro un ambicioso acaudalado. De solera vivariense son las sencillas cabezas de la Verónica y de San Juan, ambas del artista de San Ciprián, Juan Sarmiento. De este mismo autor es el grupo del apostolado que tiene su curiosa historia. (4)   Muy de gala está en su artística peana la Virgen de los Dolores. Parece la Gloriosa de Berceo o la Santa María del Rey Sabio; porque este Jueves no viste sus lutos de muerte, y sí, un riquísimo manto con bordados de Manila. Dicen cuantos la contemplan – y yo soy un testigo más -  que cambia su cara resignada de este día por otra con tinte de agonía en la palidez del Viernes: aspecto este que a todos conmueve. Es preciso para sentir esta visita a la pequeña capilla acercarse con el alma limpia de perjuicio y hasta superar con el ensueño del alma lo que pueda faltar al vuelo de lo artístico. Se necesita hacerse niño de ternura a la manera evangélica y al estilo del traviesillo que inspiró la Pedrada a Gabriel y Galán.

Todas estas imágenes, ingenuas y sencillas se hilvanan a la tarde, con otras más modernas en un largo hilo procesional: Abre calle el paso de la Cena que saló, por primera vez, en la Semana Santa del histórico año de 1808. Este paso está inspirado en sencillos marineros del pueblo arrancados por Sarmiento de las canteras humanas de un Vivero pasado. Imaginería realista en la cual figura el enemigo del artista, representado en la personificación del ledro Iscariote. Cuando en la pasada centuria salió por primera vez este paso, la expectación fue muy grande, porque todos podían ver en cada apóstol a un amigo o a un conocido. Dícese que el que había servido de modelo para representar a Judas, no apareció en la procesión aquella tarde. Este paso Apostolado son “los músculos y la sangre” como definió Menéndez Pelayo a los personajes de Pereda.

Hermanada con los desfiles procesionales es la Liturgia tan concurrida en los templos vivarienses.

Al llegar la noche, cuando la tarde muere sobre los ramos y arboledas de las montañas, las calles de la Yerusalaim de Vivero se iluminan de majestad al desfilar el artístico paso del Prendimiento. Toda la Ciudad se transforma en un prodigioso cordón de luminarias, alargado en mechones eléctricos que se mueven en las manos de los penitentes. Y en contraste con la negra túnica anudada en cuerda de los hombres del Vía Crucis, los de la Hermandad de esta noche lucen elegantes vestidura roja y blanco capirote: Luminosidad y vistosidad dan una nota inolvidable de joya moderna engastada en corona vieja de oro de ley.

Antiguamente, esta noche era de oración en el Templo. Posteriormente, pasábanla los vivarienses “en claro” como los madrileños del siglo XVII, en una noche de víspera de la “Muestra de los carros”. Hoy esta costumbre trocase en su contraria para poder madrugar a los primeros actos del Viernes.

EL CALVARIO

Se dice en Vivero que el Viernes Santo no se puede comer, porque no hay tiempo para ello. Son cuatro las procesiones y muchos los actos que este día tienen lugar.

Rompe la mañana con la escena del Encuentro, que siempre fue presenciado por enorme gentío, de lo cual escribe Donapetry:

“- Empezaba muy temprano, y los fieles de las aldeas del contorno, cuando el tiempo era bueno, formaban una especie de campamento, prefiriendo sufrir a la intemperie las molestias de una velada al aire, antes de perder un puesto o llegar tarde a la ceremonia.” (5)

El acto es emotivo y dio tema a Leal Insua para una bella estampa. (6)

El Nazareno cargado con la Cruz es de talla gigantesca y, aunque no tiene un arte pulcro, no falta en él la burilada sangrienta a la manera del realismo español de nuestros imagineros. Los actos que se realizan en la plaza, el vocear de la sentencia, la continuación procesional por la calle de Pastor Díaz, precedida de sayón encapuchado que avisa retumbando un lúgubre tambor y haciendo sonar una trompeta, tienen en Vivero un peculiar tinte que, no siempre, se encuentra en otros actos similares.

Después, ante el templo de Santa María finaliza la última parte de la tragedia, con la continuación del sermón y de los actos comenzados en la plaza. Pero dos notas muy singulares debemos constatar: el toque de la campana de Santa María con sus badajadas de agonía, y el movimiento articulado de las imágenes.

Este excepcional movimiento de las imágenes hace que el impresionante Nazareno caiga bajo la pesada cruz y que bendiga al pueblo a los ruegos del orador. La Virgen abraza al Hijo ensangrentado y se cubre la cara con su pañuelo en un realísimo inimitable que parece hacerla llorar y suspirar. La Verónica despliega su velo, limpia con él el rostro de Cristo mostrando impresa la faz de éste. La escena se anima bajo la voz subida del orador, y cobra vida. Bien pudiéramos afirmar, que Vivero con estas imágenes apuró la última gota del acto medieval y as posibilidades del Barroco.

El Sermón de las Siete Palabras ante un artístico y enlutado Calvario, tiene lugar           – cuando el tiempo lo permite- en la Plaza Mayor: No se repara en gastos para seleccionar al mejor orador, venga de donde viniere. Sólo este acto, bastaría, muchas veces, para visitar a Vivero en su Semana Santa.

A la tarde, sobre el “Gulgoleth” de nuestro pueblo, tiene lugar el tradicional Descendimiento de Cristo de la Cruz, acto conocido por Desenclavo. Tiene todo esto mucho sabor medieval, y se celebraba antaño bajo el alto ábside del templo Conventual de Santo Domingo.

Seguidamente, sale la Dolorosa de la iglesia de Santa María, no cubierta con el manto resplandeciente del Jueves Santo, sino enlutada como el corazón de los afligidos y de cuantos lloran para seguir la procesión del Santo Entierro. En éste, la imagen de  María al pie de la Cruz;  los pasos de San Juan, de la Magdalena y el original Cristo yaciente y desnudo sobre las peñas del Calvario son una página abierta del Santo Evangelio, desfilando por las pendientes rúas y encrucijadas de nuestra ancestral Ciudad.

Reina de todas las procesiones, en el aspecto moderno, es la que organiza la benemérita Cofradía del Santísimo Cristo de la Piedad. Nada le falta para honrar a cualquier capital: el número de penitentes, la grandiosidad de los pasos, el aspecto solemne del conjunto iluminado por un equipo eléctrico y hasta la vía recorrida, con marea y noche por fondo, mueve el alma en sacudida impresionante.

Al retirarse esta majestuosa procesión, cuando la noche es avanzada, bajan por escaleras de luz franciscana, los dulces “Caladiños” recorriendo las calles centenarias en un beso acompañado de pisadas y de cera ardiente. Yo no puedo pasar en este desfile, ante el Callejón del Muro (apenas da cabida para el paso de un hombre) sin recordar a Israel por la angostura de la escalinata, rebosante de luna. Yo he paseado calles estrechas en pueblos y capitales españolas y del extranjero. Poco hace, que visité las estrechísimas calles de San Juan, del Cristo y del Horno en Logroño, y me preguntaban si había visto tal angostura en parte alguna… Pero a mi dadme el callejón del Muro, todo plateado de lunar y masticando silencios de una noche de Viernes. Sí, aquí hasta el nombre de Muro, no sólo recuerda nuestras murallas y nuestra historia, sino que tiene nombre que me lleva la memoria al otro de Yerusalaim. A este muro jerusalimitano donde el día del Sabath rezan y lloran los yehudim por sus pasadas grandezas y esperan con sus brazos tendidos la venida del Schiló.

La Procesión del Silencio es broche de oro que cierra, como en un serdab, la Pasión de Vivero. Y a fe, que estuvo acertado el señor Ferreiro al definir nuestros actos, con esta frase lapidaria y sin vuelta: “Semana Santa grande en una Ciudad pequeña”. Esta Semana tan grande la valoró mi amiga y compañera, tan unida a Vivero, Luz Pozo Garza, en un inspirado romance que termina:

Si la ciudad fuera mía,

Le colocaría un cerco

Con cuatro puertas de plata

Y cuatro puertas de hierro.

¡Ay el dolor sin regreso,

dolor de Semana Santa

en las calles de Vivero.

LLAMADAS Y DOCUMENTACION

(1) Miscelánea de publicaciones.  Tomo VII.  El Pesebre, la Cruz y la Eucaristía por Enrique Chao Espina.  Y nuestro libro: Vivero a los cuatro vientos t: I.º

(2) El Español. Madrid 7 VII 1956.

(3) Florilegio de la Semana Santa vivariense por Enrique Chao Espina, en Páginas vivarienses cit. (Separata de PREGON-AÑO 1969) En esta publicación puede verse ampliado, cuanto llevamos escrito en el presente LIBRO, sobre nuestra Semana Santa o Mayor.

(4) Véase: Galicia Artística por Ferro Couselo. P. 614-615

(5) Hist. Cit. P. 372.

(6) Pastor Díaz príncipe del Romanticismo, cit.