Pregón 1968 Imprimir

  
Vivero y su Semana Santa  
  
Antonio Prados Ledesma  
He oído alguna  vez que la Semana Santa de Vivero  es la mejor de Galicia. Puede que lo sea. No lo sé. Ademas,   ¿por  qué  tendría  forzosamente   que   serlo?   Basta con   que   sea maravillosa.Y esto,  sí.  Lo es.  Y mejor que   maravillosa,   magnífica   en perfecto realismo, profunda y humana su tremenda fidelidad. Yo creo en la sencillez de lo grande. Reducir lo cósmico a los  límites   precisos   de  un   corazón, leer carne palpitante lo infinito, humanizar lo inasible dándole un perfil exacto, ¿No es esto todo?

Unanimidad Geográfica


Quizás nos falte el cielo alto y duro y el  suelo torturado de Castilla.  O la luz Orgiástica del Sur. Pero tenemos la unción, doble unción de la tierra y las  almas. Nos falta también el apasionamiento aristado, la efervescencia clamorosa y dramática del Mediterráneo.  Pero poseemos  la hondura y   serenidad.   Aquí   todo   es leve y sencillo: leves la luz, el árbol; leves la piedra y el agua.    Leve y  suavísimo el cielo. Tierras de verde capuz, sin estriden­te color o de forma, de una inocen-cia prístina, profundas y sensitivas. Fren­te a todo lo que nos lleven los demás, Galicia tendrá siempre a su favor su sua­vidad y su euritmia, su contorno grácil, su tener a Dios cerca. Y con ello, su tre­menda capacidad para la ternura, su alma fragante y a flor de piel. Así llegamos al hombre.
   
¿Geografía: hombre? Sí. La geografía es el hombre. Y mejor al revés: el hombre es la geografía. Si tuviéramos que expre­sar alguna vez el alma de Vivero, el ele­mento autóctono de Vivero, nos bastaría contemplar su paisaje. Vivero es un pue- blo bonito, con los pies en la tierra y la frente en el mar. Pino y ole. Todo lo que pueda ser dureza y extraversión, pasión de hélice, queda limitado por el pino. El pino es el ancla y el rezo. Horizontalidad del agua y del cielo pastoreada, ceñida, por la vertical del árbol. Vocación de Cruz. Así nos queda este vivariense mag­nífico, en anchura y profundidad, siempre de pie en la conjunción ideal del pino y le espuma. Quiero decir: en le exacta ten­dencia de todo lo bello.

Yo diría que el grado de madurez de un pueblo radica en su capacidad de emoción.  El canto y el rezo son siempre actitudes de cima. Como la risa.   Saber   reír es tener el corazón  limpio   de  sombra. Vivero ríe y se regocija en sus fiestas profanas, y se arrodilla y ora ante  su  Virgen angustiada y en sus Cristos cárdenos y agonizantes.Gentes de alma de flor, aptos para todo lo noble.  Espíritus selectos, crecidos, enormemente densos. ¿Más?
Hombres y geografía. Paisajes tiernos y gráciles.  Corazones  hondos  y  luminosos. Pinos sensitivos como arpas    Comunión  estética   de   la   tierra   y   las   almas. Pasión de luz ¿Veis ahora por qué Vivero tiene   una emana Santa tan bella?

Viernes Santo

Ha pasado momentáneamente el  Vi-vero polícromo de las fiestas domingueras y las tarjetas  de  turismo.   Y   con   él,   los linos balandros de velas puntiagudas y los trajes multicolores. Ha huido la voz   para que   quede   la   emoción.   Está   mudo   el casal. Un silencio ancho y pesado  como  manto  de  lana  arropa  los   corazones. Es Viernes Santo. A  las  tres  de  la  tarde Cristo morirá como lodos los años en la Plaza de Pastor Díaz, mientras el predica­dor desgrana emocionadamente Las Siete Palabras. Después, el Descendimiento en Santa María. Y el Santo Entierro. Y Los caladíños, en la noche lenta y sin estre­llas...

Es como si todo el dolor de la Crea­ción nos llegara desde los cuatro puntos de la rosa. Porque Cristo agoniza aquí casi de verdad Se le ve caer, pasar mu­riendo, por las calles estrechas y atónicas, bajo un cielo terrero y plomizo. Se ven sangrar sus rodillas y su frente. Y cuando el predicador pronuncie la última palabra: Consummatum est, todo está consumado, Dios habrá muerto casi realmente.

Agonía humana. Dolor humano y ultrahumano de las espinas y la Cruz. San­gre sagrada y casi fresca del rojo clavelón del costado. Drama glorioso del Golgota, repetido fielmente cada año en un bello pueblo gallego de cielo semivelado y líneas delgadas como un hombro de mujer.

Un bello pueblo sentimental y poeta que ha escalado su vértice.