Pregón 1999 Imprimir

  
Semana Santa en el ultimo Año Jacobeo del milenio
  
  
Fernando Amarelo de Castro  
Aun están muy vivos en mí los momen­tos emocionantes que me deparó la función de Pregonero en el pasado año y mi pensamiento, mi corazón y mis inquietudes permanecen unidos a las sacrosantas devociones de Viveiro y a las jornadas de la última Semana Santa, lo que arrastra a la rememoración y, con ella, volver a compartir tantas confidencias y reflexiones en los párrafos que pretendo escribir para la presente publi­cación que es anual acta histórica y palpable estímulo para proseguir una tradición arraigada y mejorar su trayectoria.

Pero, aunque eso nos complaciera, no sería ya apropiado y, además, quedó dicho en su momento con intención de permanencia. La distancia en que hoy me encuentro, no es mucha en el espacio ni en el tiempo, aunque su perspectiva es bien distinta y condiciona.


Desde estar proximidad actual y mía a la Catedral de Santiago, rodeado de los granitos escul­pidos en distintas épocas y mateándome las notas el reloj de la torre Berenguela, se me van las ideas al pasado y al hecho jacobeo, con todas sus significa­ciones y con sus acontecimientos.

Dos son las originarias y antiguas parroquias de la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Viveiro. Una, dedicada a Santa María, y la otra, a Santiago Apóstol. Ambas deben su existencia a ese intrépido Apóstol que, aún siendo solamente conocedor y buen cono­cedor del mar de Galilea, quiso ser el discípulo que llevó su misión a las más lejanas tierras y en las que desarrolló su tarea y
   
 quiso, más tarde, después de ser también la primera víctima de todo el grupo apostó­lico, adoptar ya para siempre a esa tierra como lugar de enterramiento, en las proximidades del mar tene­broso al que decían de las brumas y de las nieblas.

De esos dos templos románicos, estilo arquitectó­nico tan unido al Camino de Santiago y por sus trayectos tan expandido, el correspondiente al Patrono de Galicia y de España no se conserva, pero el nacimiento y el desarrollo medieval de la villa son incuestionables y, por tanto, vinculados a la proyec­ción que sobre toda Galicia ejerció el Sepulcro y la atracción de Santiago.

Cuando fue puesto en tela de juicio el patronazgo de Santiago, uno de los argumentos esgrimidos por Don Francisco de Quevedo y Villegas, Caballero de la Orden, fue el débito que la España cristiana tenía con él por razón de la fe recibida a través de su predicación, protección y definitiva presencia. Cuando en el siglo pasado, el famoso Cura de Fruíme, parroquia del Concello de Lousame, redactó su novena al Apóstol que, con modificaciones y actualizaciones de estilo, es la que a lo largo de los años se ha seguido y todavía continúa vigente en la Catedral de Compostela, quiso advertir, en la introducción de la misma, una apre­ciación muy digna de considerar por todos los pueblos de España que, muy justa y acertadamente, veneraban y celebraban a sus santos patronos, y que es sencillamente ésta: sin Santiago no serian posibles ni esos santos ni sus patrocinios.
Hay, por otra parte, aquí en Viveiro una cima que es vigía y señal, para el mar y la tierra de una localización geográfica y que está plena y popularmente iden­tificada con un peregrino francés, intercesor para males pestíferos y sanador de otras enfermedades, el popular San Roque de Montpellier, natural de esta localidad y que, precisamente por ese venir suyo a Galicia como peregrino jacobeo, alcanzó en ella altos y extensos niveles de arraigo y devoción.

¿Sería posible una Semana Santa en Viveiro sin un Santiago Apóstol en las tierras de España y de Galicia? He aquí una interrogante pletórica de sugerencias y de inquietudes, que nos conduce a básicos planteamientos en torno a una religiosidad popular y a unos fervores y que, además, es oportuna en este último año Jubilar del milenio. En los antiguos textos de los Códices se dice que Santíago Zebedeo es, en verdad, nuestro padre en la fe cristiana, sin la que no podríamos celebrar ni en la intimidad personal y Familiar ni en las manifestaciones públicas y los misterios que son propios de ella y que tan entrañablemente unidos están al devenir histórico de nuestros pueblos. Ni las tradicionales procesiones ni las celebraciones litúrgicas serían realidad en nuestra vida religiosa, cultural y artística.

Ni la imagen de Juan, el Evangelista, su hermano menor, ni los distintos pasajes de la pasión de Cristo, ni las diversas sensibilidades plasmadas en María, ni Eucaristía ni Resurrección, ni la Redención ni la nueva Pascua, pasarían por nuestras calles y por nues­tros días sin un Santiago, marinero en Galilea y peregrino en Galicia, en España y en Europa, que hizo de la concha de vieira y del cayado pastoril símbolos para un vivir de los hombres en camino.

En la Semana Santa de este año Jubilar parece obligado un especial recuerdo de agradecimiento a Santiago, primer testigo singular de Cristo, por ser uno de los más íntimos amigos, presente en momentos culminantes, y por ser el primero en derramar martirial mente su sangre por ser el misio­nero que alcanzó las más distantes tierras, por su proyección en toda Europa, consiguiendo que su Compostela y su Galicia fueran conocidas hace más de diez siglos, y por haber acompañado a los españoles que, de muy diferentes maneras, descubrieran y cons­truyeron el Nuevo Continente.

Me gustaría que todos estos pensamientos fueran acogidos por los lectores, viveireses residentes en la ciudad o fuera de ella, con semejante cordialidad a la que, hace un año, dispensaron a las confidencias entrañables y sencillas del Pregón pronunciado entonces, porque hoy, en estos apuntes, como ayer, en la solemnidad inaugural de la convocatoria, mis pala­bras pretenden el diálogo amistoso y humano, el que entablan los amigos sobre cuestiones que afectan a un interés común que, por el intercambio, se hace mas compartido. De aquí al milenio que llega, reafirmando aún más convicciones y creencias, costumbres y tradiciones, Viveiro y los viveireses, mirarán para San Roque y subirán para hacer la romería, desfilarán por sus rúas históricas y señoriales celebrando la Gran Semana y portando, con recogimiento y cristiano orgullo, las bellas imágenes de sus templos y Cofradías, mante­niendo siempre en pujanza y como preciada herencia colectiva sus demostraciones de fe y de piedad que tienen sus raíces en un Apóstol, amigo del Señor y Patrono muy especial de Galicia.